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Corrupción y dictadura

  • Foto del escritor: Mauricio Uribe López
    Mauricio Uribe López
  • 29 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

“Caracas, Caracas ¡Cómo me gusta esa ciudad!” cantaba Rafael Orozco con su Binomio de Oro al empezar la década de los noventa. Cómo no le iba a gustar la que, para ese entonces, todavía era la capital de uno de los países más prósperos del hemisferio. Entre 1900 y 1950 Venezuela tuvo la más alta tasa de crecimiento económico por habitante entre las siete economías más grandes de América Latina (4,9%). En 1950, el venezolano promedio recibía 3,5 veces más ingresos que el colombiano promedio. En 1973, el PIB per cápita de Venezuela era 1,3 veces más alto que el de Argentina y tres veces el de Colombia. En 2008, el ingreso por habitante en Argentina era levemente superior al de Venezuela y el de Chile era 1,25 veces el venezolano. Sin embargo, el PIB per cápita de Venezuela seguía siendo, ese año, mayor que el de México, Brasil, Colombia y Perú (en ese orden). El lector curioso puede consultar los datos en la página del proyecto Angus Maddison de historia económica (http://www.ggdc.net/Maddison/). Hoy, la opacidad de las cifras impide la elaboración de indicadores socioeconómicos precisos en Venezuela y dificulta las comparaciones de año a año y con otros países. Sin embargo, los economistas estiman que al terminar este año el ingreso per cápita será inferior a un tercio de lo que era al morir Hugo Chávez, quien tuvo a su favor el incremento sostenido de los precios del petróleo desde 16 dólares por barril en 1998 a 103 dólares por barril en 2012. En medio de esa abundancia, la Revolución Bolivariana no sólo no usó los recursos para promover una transformación productiva invirtiendo en la generación de una oferta exportable de alto valor agregado, menos vulnerable que los bienes primarios a las fluctuaciones de los precios internacionales, sino que desmanteló a un sector privado cuya actividad productiva tenía un alto componente importado y era, por lo tanto, muy dependiente de las divisas administradas discrecionalmente por el gobierno. A tal punto llegó el frenesí de la abundancia que, pegándose un tiro en el pie, el chavismo erosionó la capacidad de su propia industria petrolera. Luego, las sanciones gringas terminaron de hacer el trabajo. Una encuesta de la Universidad Católica Andrés Bello y el Instituto de Estudios de Investigaciones Económicas y Sociales citada recientemente por Jorge Iván González, indica que entre 2005 y 2019, la pobreza monetaria en Venezuela pasó de 34,4% a 96,2%. Casi 80% de los venezolanos no tienen como adquirir la canasta básica de alimentos. No obstante, es necesario recordar lo que condujo a la Revolución Bolivariana en Venezuela. El sistema bipartidista controlado por la Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) había sido tan corrupto que el desarrollo humano de Venezuela era inferior al esperado dado su nivel de ingresos. Cuando los precios del petróleo cayeron a fines de los años ochenta, Carlos Andrés Pérez impulsó un severo ajuste de corte neoliberal. Ese “gran viraje” de Pérez produjo el “Caracazo” de 1989. La corrupción es tolerada en tiempos de vacas gordas, pero no en tiempos de vacas flacas. La combinación de ajuste y corrupción precipitó la caída del bipartidismo. La corrupción le abrió la puerta al chavismo. Mientras los precios del petróleo subían, la corrupción, ahora chavista, fue tolerable de nuevo. Cuando cayeron, al autoritarismo de Chávez (quien murió cuando las vacas todavía eran gordas) le siguió la dictadura de Maduro. Ahora que Colombia lidera los listados de corrupción vale recordar que las democracias corruptas y de mala calidad, tarde o temprano dejan de ser democracias.

Publicada en LA PATRIA de Manizales.

Fecha de publicación: Viernes, Diciembre 11, 2020

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