El fantasma de Anastasio
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
La familia Somoza ejerció despóticamente el poder en Nicaragua desde 1934 hasta 1979, año en el que el Frente Sandinista de Liberación Nacional puso fin a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Su padre, Anastasio Somoza García había tomado el poder luego de haber ordenado el asesinato de Augusto Sandino, líder de la lucha contra la intervención militar estadounidense de fines de la década de 1920 en ese país. Treinta y siete años después de su caída, el fantasma de los Somoza parece volver a Nicaragua, ésta vez de la mano de uno de los principales líderes de la revolución sandinista, el presidente Daniel Ortega. Ortega -quien estuvo en el poder en los ochenta mientras los Contras, patrocinados por los Estados Unidos, llevaron a cabo una intensa guerra contrarrevolucionaria- perdió las elecciones en 1990 ante una coalición de partidos (Unión Nacional Opositora) liderada por Violeta Barrios de Chamorro. Entonces, los Contras se desmovilizaron. La nicaragüense, resultó ser la primera de las guerras civiles que terminaron en América Latina tras el fin de una guerra fría que, en muchos países del Tercer Mundo, había resultado bastante “caliente”. El postconflicto en Nicaragua no resultó fácil. Las instituciones financieras internacionales impusieron a Chamorro un programa de ajuste fiscal tan estricto que se quedó sin recursos para financiar los programas de reinserción. Además, muchos miembros del ejército sandinista quedaron sin empleo una vez se redujo el tamaño de las fuerzas militares. Algunos de ellos conformaron grupos armados conocidos como “recompas” que luego, al mezclarse con bandas criminales conformadas por antiguos Contras, fueron etiquetados como “revueltos”. Solo a mediados de los noventa la violencia empezó a disminuir en el país. Otros que estaban revueltos eran los políticos sandinistas y los “liberales” herederos del régimen somocista. Ser enemigos acérrimos no les impidió a los “liberales” liderados por Arnoldo Alemán -sucesor de Chamorro en la presidencia- y a los sandinistas encabezados por Ortega, firmar un pacto secreto para llevar a cabo reformas constitucionales y legales orientadas a asegurar un estricto duopolio del Frente Sandinista y del Partido Liberal Constitucionalista, sobre la política nicaragüense. El pacto excluyó de plano cualquier otra alternativa política. El pacto incluía inmunidad legal para los líderes de ambos partidos. Ello libró a Ortega de los procesos en su contra por haberse quedado con lujosas propiedades confiscadas por su gobierno en los ochenta y haber distribuido otras entre su círculo cercano. Un episodio que los nicaragüenses conocen como “La Piñata de Ortega”. También lo libró de enfrentar procesos legales relacionados con las denuncias de abuso sexual hechas por si hijastra. Alemán en cambio, fue enjuiciado una vez su vicepresidente, Enrique Bolaños, se convirtió en su sucesor. La corrupción de Alemán llegó a niveles tan extremos que algunos de sus copartidarios alentados por el propio Bolaños, y los sandinistas, unieron fuerzas para despojarlo de su inmunidad. De todos modos, Alemán paga su condena de veinte años en su propia finca y a veces, se deja ver paseando por Managua. Las reformas derivadas del pacto y la maquinaria sandinista llevaron a Daniel Ortega al poder en 2007, aunque el duopolio Liberal-Sandinista perdió terreno en las elecciones ante otras fuerzas políticas. Una vez en la presidencia, Ortega aprovechó su relación con Hugo Chávez para comprar apoyo político usando recursos venezolanos. En su mejor momento, la ayuda venezolana llegó a representar la cuarta parte del presupuesto nacional. En 2008, los magistrados sandinistas de la Corte Suprema de Justicia declararon que la prohibición de la reelección inmediata y el límite de dos períodos no consecutivos no eran aplicables a Ortega. El 30 de junio pasado, el Tribunal Electoral despojó de sus cargos a 27 diputados opositores. Ortega, haciendo gala de un estilo somocista, postuló a su esposa como su fórmula para la vicepresidencia en su aspiración a la segunda reelección consecutiva. Construir Estado durante el postconflicto implica fortalecer pesos y contrapesos, algo que los politólogos conocen como accountability horizontal. Hoy Nicaragua parece estar regresando al punto en el que se encontraba antes del triunfo de la revolución sandinista. Definitivamente, la reelección en Estados débiles pavimenta el camino hacia el autoritarismo. Ortega está resucitando la tradición política sultanista que una vez combatió.
Publicada en LA PATRIA de Manizales.
Fecha de publicación: Viernes, Agosto 12, 2016
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