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La menos mala de las alternativas disponibles

  • Foto del escritor: Mauricio Uribe López
    Mauricio Uribe López
  • 29 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

El plebiscito como mecanismo de refrendación de los acuerdos que se firmen en La Habana es un error. Sin embargo, a estas alturas, es mejor completar el error que tratar de enmendarlo. El presidente Santos, acosado por las virulentas críticas de quienes han tenido éxito capitalizando políticamente la justificada rabia de los ciudadanos contra las Farc, prometió someter los acuerdos al dictamen de la soberanía popular, usando esto como válvula de escape a las presiones sobre la mesa de diálogo. El presidente se dejó arrastrar hacia una contraproducente polarización -que él mismo ayudó a exacerbar- entre amigos y enemigos de la paz. Lo apropiado hubiera sido poner en marcha una estrategia de comunicaciones orientada a explicar las complejidades del proceso y desvirtuar las críticas más delirantes. En lugar de ello, el gobierno insistió en la refrendación, ofreciéndola como garantía sobre la razonabilidad de las reformas derivadas de los acuerdos. Sin embargo, la sensatez de los contenidos de lo firmado hasta ahora, demuestra que eso no era necesario. Pero el error se introdujo desde el inicio mismo del proceso. En el acuerdo de agosto de 2012, al comienzo formal de las negociaciones, el punto seis de la agenda se llamó “implementación, verificación y refrendación” y dentro de éste, el punto 6.6: “mecanismo de refrendación de los acuerdos”. El gobierno y las Farc redactaron la frase “mecanismo de refrendación” con intenciones muy diferentes: el primero, pensando en la legitimación de los acuerdos en las urnas y, la guerrilla, apostando al triunfo en una asamblea corporativa, lo que no consiguió con la guerra y -lo que sabe- no conseguiría electoralmente. Tiene razón Humberto de la Calle al señalar que una asamblea constituyente no sería un procedimiento de refrendación de los acuerdos, sino que pondría las cosas en un punto cero. Tiraría a la caneca tres años de negociaciones. El proceso de paz puede ser entendido, señala De la Calle, como el cierre del ciclo constitucional que empezó con la Constitución de 1991. Una constitución que en su artículo 22 consagra la paz como un derecho y un deber de “obligatorio cumplimiento”. Según el jurista italiano Luigi Ferrajoli, una constitución es democrática no tanto porque es votada por la mayoría, sino porque protege los derechos de todos. En concordancia con esa posición, Ferrajoli señaló hace poco que la paz, como derecho fundamental en la Constitución colombiana es una obligación contra-mayoritaria. No se debería hacer proselitismo político para definir si se cumple o no un derecho fundamental. Aunque el acuerdo con las Farc dista mucho de ser condición suficiente para garantizar el derecho a la paz, es condición necesaria. En consecuencia, fue un error abrir la Caja de Pandora con la expresión: “mecanismo de refrendación” y plantear, después, la alternativa del plebiscito. Pero ya se desperdició la oportunidad de evitar la refrendación y pasar directamente a la implementación de los acuerdos. El gobierno empeñó su palabra con la refrendación y no conviene que, próximo a firmar un acuerdo trascendental, envíe una clara señal de incumplimiento. Incumplir esa promesa le haría mucho daño, a estas alturas, al consenso político que requiere el proceso de implementación. En ese sentido, el error de la refrendación está atado al error de la polarización entre amigos y enemigos de la paz. La opción óptima que era evitar la refrendación ya no está disponible. A las Farc no les conviene la constituyente. En la práctica, sería alargar el proceso de paz, estirando demasiado la paciencia de la gente. Además, es probable que en las próximas elecciones presidenciales el péndulo regrese a la posición de la mano dura. No les convendría tener un proceso aún abierto y desgastado en ese contexto. Tampoco el gobierno puede hipotecar así lo que sería su logro principal. La opción del referendo está descartada, porque aprobar una parte de los acuerdos y rechazar otra sería impracticable. El plebiscito es hoy la peor alternativa exceptuando todas las demás. En todo caso, habría que alentar el “sí” sin cometer el error de estigmatizar a los que promuevan el “no”. Publicada en LA PATRIA de Manizales.

Fecha de publicación: Viernes, Febrero 12, 2016

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