Nuestros hermanos haitianos
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Haití no ha sido ajeno a nosotros este año. El vergonzoso involucramiento de mercenarios colombianos en el asesinato del cuestionado presidente Jovenel Moïse y el drama de decenas de miles de haitianos que han llegado este año a Colombia procedentes de Chile, Brasil y Ecuador, nos han puesto a pensar en un país que solemos ignorar a pesar de que tenemos mucho que agradecerle.
En 1815 Alexandre Petión, presidente de Haití, le proporcionó a un Bolívar en apuros, bayonetas, embarcaciones, voluntarios, víveres y la “Espada Libertadora de Haití” que antes había puesto en manos de Francisco Miranda. Con esos recursos, Bolívar emprendió nuevamente la cadena de campañas que condujeron a la formación de nuestra república y otras más. A pesar de haber sido el segundo país del hemisferio en proclamar su independencia (primero de América Latina), la historia haitiana ha estado repleta de obstáculos, empezando por la onerosa y oprobiosa indemnización exigida por Francia al joven gobierno haitiano, la cual se vio obligado a pagar con créditos de bancos franceses, so pena de un inminente bloqueo diplomático y militar. Según el gobierno francés, las promesas de libertad, igualdad y fraternidad no eran para la revolución haitiana.
En los siglos XX y XXI las cosas no han ido mejor: dos décadas de intervención estadounidense (1915-1934), gobiernos personalistas, períodos de terror como el de los Duvalier (1957-1986) y sus matones, los Tonton Macoute, la efímera transición a la democracia liderada por Jean Bertrand Aristide (derrocado por los militares en 1991 y luego reinstalado en el poder por una fuerza multinacional en 1994), la violencia sexual y los ultrajes a las mujeres haitianas perpetrados por cascos azules uruguayos, brasileños, chilenos y argentinos, epidemias de cólera, los devastadores terremotos y huracanes y el uso de las pandillas como instrumento político, forman parte de los hilos que han tejido una realidad de miseria en el contexto de un Estado y una economía en extremo frágiles. Emigrar se convirtió en una estrategia de supervivencia. Tras la crisis desatada por el terremoto de 2010 muchos optaron por abandonar el país. Llegaron, principalmente, a Brasil, Chile y Ecuador. Este año, la crisis desatada por el asesinato de Moïse en julio y el terremoto de agosto impulsó nuevamente el éxodo. Hambre, homicidios y secuestros fuera de control son buenas razones para partir.
La pandemia y las barreras legales y sociales para establecerse hicieron que los haitianos que estaban en el sur del continente se sintieran en lugares cada vez más inhóspitos. En los últimos meses hemos visto a esos haitianos cargando su sufrimiento por la geografía colombiana desde el sur hasta el norte buscando en Urabá, un punto de partida hacia Norteamérica. Creyeron que, con la partida de Trump, los patrulleros gringos no les echarían los caballos encima, o al menos, no siempre. Aunque apenas de paso, han quedado atrapados en Necoclí o en las selvas del Darién tratando de alcanzar Centroamérica. Sudamérica no ha sido solidaria, al menos no lo suficiente como para hacerlos desistir de su deseo de llegar a los Estados Unidos a pesar de las perspectivas de un recibimiento violento cerca del Río Grande y la deportación.
Quizá para lavar un poco la imagen del país estropeada por los mercenarios, el gobierno colombiano envió ayuda humanitaria a Haití tras el terremoto de agosto. Sin embargo, a los haitianos les debemos mucho más que unas cuantas toneladas de víveres. Haití tiene mucho que ver en la creación de nuestra república. Petión solamente le pidió a Bolívar la libertad de los esclavos en la Gran Colombia. Los haitianos también son nuestros hermanos.
تعليقات