¡Qué pena con Kamala!
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Las relaciones entre Colombia y Estados Unidos han escrito una larga historia de subordinación. Los gobiernos colombianos siempre han mirado hacia el norte buscando señales de aprobación. Cuando tuvimos un presidente sin visa elegimos otro para recuperar la confianza de los gringos. La Casa Blanca y el reloj de Tirofijo inclinaron la balanza en favor de Andrés Pastrana. Aunque siempre de rodillas, mantuvimos una tradición de buenas relaciones con los demócratas y los republicanos buscando que la combinación de zanahoria y garrote que recibíamos de Washington fuera más o menos estable. Como un estudiante adulón al que no le importa granjearse la antipatía de sus compañeros de clase por tratar de agradar todo el tiempo a la profesora, los colombianos presumíamos ser los “aliados” de Estados Unidos en el vecindario latinoamericano. Sin embargo, esa “alianza” siempre fue bipartidista. Jamás habíamos visto a altos funcionarios del gobierno colombiano haciendo campaña en Estados Unidos por uno u otro candidato. En su política doméstica y en sus relaciones internacionales, el presidente, Iván Duque, tiene vocación de Sancho Panza. Sin embargo, mientras en la lealtad de Sancho hay pragmatismo y honestidad, en la de Duque hay una mezcla de delirio y pragmatismo defectuoso. Es la misma mezcla que hay en su partido. En efecto, el Centro Democrático encontró un alucinógeno político de exportación: el fantasma del castrochavismo. Buscando asustar a los latinos con la idea de que Joe Biden es un representante del “socialismo del siglo XXI” para llevarlos a votar por Trump, el partido de Duque parecía seguir la estrategia política que probó ser tan efectiva para los totalitarismos: inventarse una conspiración. El éxito de las mentiras que nutren las teorías de la conspiración se apoya en dos características: la consistencia y la repetición. La gente -señalaba Hannah Arendt- se siente más atraída por esas dos características que por las evidencias, más dispuesta a creer en una conspiración que en lo visible. Por eso Hitler confiaba en que una gran mentira siempre era más convincente que una pequeña. El uso pragmático de un discurso delirante por parte del Centro Democrático resultó ser, a la larga, una enorme torpeza. Es cierto que Trump tiene una gran fuerza política: más de setenta millones de votos lo demuestran. De ahí a creer que el Gobierno Duque podría cosechar en Washington, en caso de una victoria republicana, los frutos de su apoyo, es una total ingenuidad. En cambio, con el triunfo electoral de Joe Biden, el Gobierno de Colombia queda en una mala situación. Ahora, los esfuerzos por congraciarse con el Partido Demócrata resultan un tanto hipócritas y hasta ridículos. La invitación que le hizo Martha Lucía Ramírez a Kamala Harris para formar una gran coalición por las mujeres en el hemisferio, corresponde más a un intento desesperado por borrar una metida de pata que a la manifestación de un propósito genuino por promover una agenda común. Después de haber tomado partido por Trump alentando a la extrema derecha latina en Estados Unidos, Iván Duque y el Centro Democrático, ahora pretenden hacerse pasar como amigos de Biden. Martha Lucía Ramírez ahora parece proclamar que Kamala Harris es “su nueva mejor amiga” ¡Qué vergüenza! Duque y su partido rompieron una larga tradición colombiana de relacionamiento con los dos partidos. Ahora debe hacer control de daños. Para ello, en lugar de declaraciones e invitaciones poco sinceras, debe tomar decisiones que muestren un compromiso real. La primera, cambiar al embajador en Washington. A ese estudiante adulón que es Colombia lo miran mal no sólo los compañeros de clase sino también la maestra.
Publicada en LA PATRIA de Manizales.
Fecha de publicación: Viernes, Noviembre 13, 2020
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