Reconciliación: En busca del alma de la nación
- Mauricio Uribe López
- 22 jul 2022
- 3 Min. de lectura
“Como si le arrancaran a uno el alma”: así expresa sus sentimientos de dolor, rabia, culpa y tristeza una mujer indígena, familiar de una víctima de ejecución extrajudicial y una de las catorce mil personas entrevistadas por la Comisión de la Verdad. Además de entrevistas, ese gran dispositivo de la escucha que es la comisión propició diferentes tipos de diálogos sobre el conflicto armado en los que participó un abigarrado conjunto de treinta mil personas en Colombia y en el exterior. Esta guerra degradada (porque incluso el horror moral de la guerra es susceptible de degradación), les ha arrancado el alma a millones de víctimas. También cientos de miles de perpetradores, en el proceso de perseguir teleológicamente algún ideal de justicia o de seguridad, en su búsqueda de reconocimiento o simplemente dando rienda suelta a la mera obsesión por riquezas -y por los beneficios políticos que estas conllevan- han perdido también sus almas, ora porque ellos mismos las hipotecaron a su credo o a su codicia, ora porque antes de llegar a ser perpetradores, otros ya se las habían arrancado. En una guerra larga y compleja como la colombiana, no pocas veces la frontera entre víctima y perpetrador, al igual que ocurre con otras distinciones, se torna borrosa. Las brumas de la guerra van de la mano con su degradación. Buscar la verdad es despejar esas brumas. Cuando una comunidad política se halla escindida por la guerra, el alma colectiva de esa comunidad también se extravía. La reconciliación es necesaria para recuperar, o quizá encontrar por vez primera, el alma de la nación: ese sentimiento de pertenencia a un proyecto histórico colectivo, esa percepción de que ser diferente no implica ser excluido y que la diversidad no es base para la fragmentación o la enemistad absoluta, sino para la convivencia a partir del reconocimiento mutuo de derechos y obligaciones. En Colombia hemos discutido ad nauseam la cuestión de la ausencia o la debilidad, en unos casos, o de la cooptación, en otros, del Estado. Sin embargo, nos hace falta reconocer la tarea de la construcción nacional como parte de la agenda que tenemos pendiente desde hace más de doscientos años. De ahí la urgencia de tomar, colectivamente, la decisión ética de la reconciliación. El informe de la Comisión de la Verdad es un instrumento invaluable para tomar y poner en marcha esa decisión. La reconciliación implica reconocer las heridas que por acción, complicidad, omisión o indiferencia nos hemos infringido tanto en el plano de lo individual y lo comunitario como en el nivel de una comunidad política que perdió el alma de sus ciudadanos, en una guerra que ha victimizado a más de nueve millones de personas. Para reconciliarnos a fin de construirnos como Nación debemos dejar atrás los hábitos de sustituir un ciclo de violencia por otro, hacer la paz a pedazos y el más reciente: hacer pedazos la paz. Necesitamos de una Paz Grande como lo plantea la Comisión de la Verdad, pero también, de la paz pequeña. Necesitamos tanto de grandes acuerdos como de iniciativas locales de construcción de paz en lo cotidiano. Tenemos que, como dice el informe de la comisión: “Desarmar no solo las manos y los cuerpos, sino el lenguaje, la mente y el corazón. La paz exige construirnos como una comunidad de hermanos, en la diferencia, pero bajo el abrigo de lo que nos une. Tenemos que usar ese hilo que sutura las heridas para tejer por fin una nación diversa y pacífica”. El informe es un insumo para recuperar -o encontrar- el alma de nuestra Nación.
Fecha de publicación: Viernes, Julio 22, 2022
Publicada en el diario LA PATRIA de Manizales
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