Reconciliación y conflicto social
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Los colombianos tenemos un largo historial de guerras y de acuerdos de paz. Fuimos capaces de firmar un acuerdo con la guerrilla más longeva de América Latina. Un acuerdo con sofisticadas disposiciones en materia de justicia transicional. Un acuerdo con una compleja arquitectura institucional de participación en espacios de planeación del desarrollo rural integral y de sustitución de cultivos ilícitos. Sin embargo, más allá de las dificultades en la implementación del acuerdo y de la persistencia de factores socioeconómicos que facilitan la continuidad de múltiples violencias, el problema fundamental es que los colombianos no hemos aprendido a reconciliarnos. Ciertamente, hay múltiples ejemplos de reconciliación entre víctimas y perpetradores y entre excombatientes de bandos distintos. Sin embargo, las fracturas sociales, los odios, el revanchismo y la estigmatización de los que piensan diferente, permean el conjunto de nuestra sociedad. Sabemos hacer la guerra y firmar la paz, pero no sabemos vivir en paz. Era predecible que, tras la firma del acuerdo con la guerrilla, los conflictos sociales se manifestarían con mayor intensidad. Esa conflictividad social requiere un acuerdo político básico: el reconocimiento del otro aún en medio del desacuerdo. El reconocimiento del otro no es una cuestión de tolerancia entre grupos humanos compartimentados donde cada grupo es definido por una identidad única y exclusiva. Una estudiante no es solo una estudiante, un policía no es solo un policía, una persona desempleada no es solo una persona desempleada, un “derechista” o un “izquierdista” no es solo un militante político, una profesora no es solo una profesora, un soldado no es solo un soldado. Aquellos que divulgan y promueven discursos del miedo y del odio buscan exacerbar las divisiones en la sociedad. Esas divisiones son asumidas como muros infranqueables entre grupos humanos que nada tienen que ver entre sí. Esas divisiones ven al otro o a los otros como ajenos, inferiores, malvados o peligrosos y las líneas divisorias corresponden a fronteras entre identidades. En el contexto de insatisfacción y movilización social en el que estamos, recalcar una fractura tajante entre izquierda y derecha aleja a nuestra sociedad de la posibilidad real de la reconciliación. Los seres humanos no tenemos una única y exclusiva identidad. Al contrario, somos muchas cosas a la vez y una adscripción que en un momento puede ser prioritaria, deja de serlo en otro. Colombia está en una circunstancia muy especial. En primer lugar, compartimos con otros países ese surgimiento de clases medias y populares que tienen conciencia de sus derechos y que quieren alzar su voz frente a las injusticias de sociedades desiguales que no ofrecen oportunidades reales para todos. A diferencia de lo que ocurrió hace unas décadas con el llamado “giro a la izquierda” en América Latina, la movilización social actual no está matriculada en los partidos o en las ofertas políticas del tradicional y vetusto espectro del eje izquierda-derecha. Es un reclamo que hay que entender mejor, que surge de una insatisfacción con políticas depredadoras en lo ambiental y en lo social. Políticas que, está demostrado, no son patrimonio exclusivo de la “derecha”. Los sueños, temores, dolores y angustias no son ni de izquierda ni de derecha. Tampoco los derechos humanos o la vida misma son de izquierda o derecha. En segundo lugar, estamos en una difícil y titubeante transición hacia la paz luego de haber firmado el fin del conflicto armado con las Farc. Eso hace que este movimiento social que abarca a varios países en América Latina y en el mundo, enfrente retos muy específicos en Colombia. Quienes hacen política y negocios -tanto a la “izquierda” como a la “derecha”- con el odio y la violencia, encuentran que atizar las distinciones en la sociedad es muy rentable para ellos. Necesitamos convertir esta movilización social en una fuerza transformadora de reconciliación. Reconciliación no significa acallar los conflictos sociales. Significa politizarlos, es decir, convertirlos en un escenario de reconocimiento y de diálogo. La energía positiva y constructiva de estas movilizaciones puede ayudarnos a dejar atrás la guerra y enseñarnos a vivir en paz. De la forma en la que el gobierno, los políticos y la sociedad asuman el conflicto social, depende nuestra reconciliación.
Publicado en LA PATRIA de Manizales.
Fecha de publicación: Viernes, Noviembre 29, 2019
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