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Tergiversaciones

  • Foto del escritor: Mauricio Uribe López
    Mauricio Uribe López
  • 29 dic 2021
  • 3 Min. de lectura

Tergiversación no es un sustantivo usado con frecuencia en el lenguaje cotidiano. Con su plural bautizó el poeta antioqueño León de Greiff su primer “mamotreto”, es decir, su primer libro de poemas. Como verbo, es una palabra bien conjugada por talentosos líderes políticos. De acuerdo con el diccionario de la lengua de la Real Academia Española, tergiversar significa en su primera acepción: “Dar una interpretación forzada o errónea a palabras o acontecimientos”. En su segunda acepción significa: “Trastrocar, trabucar”. Aunque no se tienen noticias sobre el talento literario del expresidente Álvaro Uribe, se conoce ampliamente su enorme capacidad para conjugar políticamente el verbo tergiversar en sus dos acepciones. Durante sus dos períodos presidenciales repitió hasta la saciedad que en Colombia no había conflicto armado. En un país con grupos violentos que por décadas han actuado como competidores armados del Estado, con más de 166 mil víctimas fatales entre 1985 y 2013, casi seis millones de personas desplazadas forzosamente desde 1985, amenazas a líderes sociales y asesinatos políticamente motivados, secuestros, desapariciones forzadas, asesinatos colectivos, territorios minados, ataques terroristas, estigmatización de la protesta social, burocracias armadas y combates, la afirmación del expresidente resultaba contraevidente. Aun así, en una clara muestra de sus habilidades, pudo conjugar políticamente el verbo tergiversar en su primera acepción para lograr la cuadratura del círculo: negar la guerra al mismo tiempo que capitalizaba a su favor la rabia de los colombianos contra el enemigo. En su tergiversación, había enemigo pero no había guerra. Esa maniobra, y hay que reconocerlo, el repliegue forzado de las Farc durante los años de la “seguridad democrática”, le aseguraron al expresidente el afecto casi incondicional de una porción significativa de la población. Afecto que ha sido, en cierto sentido, la contracara del extendido repudio popular que las propias guerrillas se han asegurado de cultivar con torpe devoción. Como político sintonizado con el sentir popular y consciente de esa favorabilidad, el expresidente y sus colaboradores más cercanos se dieron a la tarea de conjugar otra vez el verbo tergiversar. En esa oportunidad, en su segunda acepción, en la parte que corresponde específicamente a la idea de “trastrocar” que, de nuevo, según el diccionario de la lengua de la Real Academia significa: “Mudar el ser o estado de algo, dándole otro diferente del que tenía”. Lo que pretendieron trastrocar era la noción de Estado de Derecho por otra a la que bautizaron como “Estado de opinión”. El Estado de Derecho es un Estado de control del poder, incluyendo al poder de las mayorías para evitar que éstas cometan el suicidio democrático de proscribir, por mayoría, los derechos y libertades que permiten el funcionamiento de la democracia misma. Afortunadamente, la sentencia C-141/10 de la Corte Constitucional funcionó para controlar al mentado “Estado de opinión” e impidió la segunda reelección presidencial. Con esa decisión, la Corte de ese entonces, nos libró de tomar un sendero similar al de Venezuela, en lo que se refiere al gravísimo proceso de desinstitucionalización que han tenido que padecer nuestros vecinos, con el chavismo eliminando los pesos y contrapesos propios del Estado de Derecho y pavimentando el camino hacia la arbitrariedad. A lo anterior hay que añadir que el nombre de su partido, “Centro Democrático”, también es una tergiversación. La derecha es importante y necesaria para el pluralismo político propio de una democracia. Por eso, no debería avergonzarse de llamarse por lo que es. Presentarse como “centro” equivale a hacer publicidad engañosa. Ahora, el señor expresidente ejercita la tergiversación en el sentido de “trabucar”, verbo que a su vez tiene varias acepciones, entre ellas: trastornar y ofuscar o confundir el entendimiento. Su propuesta de resistencia civil al proceso de negociación y a los acuerdos que resulten de los diálogos en La Habana, en efecto, ofusca y confunde. Ofusca porque su llamado parece una amenaza. Confunde porque se declara “amigo de la paz sin impunidad”. Esa afirmación se puede interpretar en dos sentidos: Primero, que los acuerdos contemplan la “impunidad total”. Eso no es cierto. Segundo, que se declara amigo de la paz sin justicia transicional. Eso no es posible. Lo mejor sería que siguiera el ejemplo de los empresarios y presentara, sin tergiversar, sus cuestionamientos y críticas.

Publicada en LA PATRIA de Manizales.

Fecha de publicación: Viernes, Mayo 20, 2016

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