Un "leopardo" en el siglo XXI
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
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Si una imagen vale más que mil palabras, un simple gesto puede valer más que cientos de discursos y manifiestos. Como resultado del aporreado acuerdo de paz con la otrora guerrilla de las Farc, Griselda Lobo, quien fuera militante de ese grupo armado e incluso esposa de Tirofijo, resultó elegida el 20 de julio como directiva del Congreso de la República. Al día siguiente, Álvaro Uribe saludó esa elección y reconoció en la congresista a una interlocutora coherente que discute con argumentos. Incluso dijo haber votado en blanco “por disciplina”. No se había enfriado el mensaje del expresidente cuando un destacado miembro de su partido, el reconocido jurista Rafael Nieto Loaiza, corrió a las redes sociales a descalificar las palabras de su jefe. Dijo Nieto que esa era una curul regalada y ocupada por una mujer con las manos manchadas de sangre. A la paz colombiana le quedó faltando lo más importante: la reconciliación. La nuestra es una paz plagada de odios y revanchismos alimentados desde ambos extremos del espectro político. Rafael Nieto es un abogado, político y columnista talentoso. Muy joven ocupó el cargo de viceministro de Justicia y fue precandidato presidencial del Centro Democrático. Seguramente, tener criterio propio lo puso en desventaja frente a Iván Duque. Sin embargo, no son esas cualidades las que me llevan a compararlo con Los Leopardos, un grupo de cinco jóvenes intelectuales y políticos que se instalaron en la derecha del Partido Conservador y que ejercieron, especialmente en las décadas de 1920 y 1930, una influencia notable en la política colombiana. Es la ferocidad y el sectarismo de su lenguaje. Los Leopardos eran: Eliseo Arango; Silvio Villegas, quien como director de LA PATRIA declaró en 1936 desde sus páginas editoriales: “no hay enemigos a la derecha”; Augusto Ramírez Moreno, para algunos, el más felino de los cinco; José Camacho Carreño, líder de la Asociación Patriótica Económica Nacional Apen, organización conformada por terratenientes, industriales y financistas reaccionarios, tanto conservadores como liberales; y Joaquín Fidalgo Hermida. Aunque sentían animadversión por el racionalismo y el materialismo anglosajones y en particular por los Estados Unidos, no dudaron en ponerse del lado de la United Fruit Company en el doloroso episodio de la Masacre de las Bananeras. Aunque su interés en vigorizar al conservatismo los llevaba a apelar a la “acción en la calle” y a las masas populares, no dudaron en apoyar a los socios de la Apen en su radical oposición a las reformas sociales de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo. Aquilino Villegas e incluso Laureano Gómez denunciaron la reivindicación que del fascismo hacían Los Leopardos. La incendiada retórica leoparda contribuyó en aquellas décadas a la polarización y a la violencia de los años posteriores. Los Leopardos no fueron los únicos responsables, pero estuvieron en primera fila, atizando las llamas. John Paul Lederach, activista y estudioso de la construcción de paz, advierte que un acto de reconocimiento mutuo en medio de un encuentro fortuito puede contribuir más a la paz que los buenos oficios de un grupo de expertos. El saludo de Uribe Vélez a Griselda Lobo es un gesto de reconocimiento de los que se requieren para avanzar hacia la reconciliación. La paz no es viable ni sostenible sin construir una base mínima de cooperación entre adversarios que pertenecen a una misma comunidad política. El lenguaje sectario de Nieto, al igual que el de los Leopardos de hace ochenta años, no contribuye a la reconciliación. No hay que olvidar que la guerra y la paz empiezan y terminan con palabras y con gestos.
Publicado en LA PATRIA de Manizales.
Fecha de publicación: Viernes, Julio 24, 2020
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