Una gran lección de humanidad y justicia
- Mauricio Uribe López
- 29 dic 2021
- 3 Min. de lectura
En estos meses de encierro y soledad hemos visto dolorosas escenas en las que policías o militares -en Colombia y en otros países- abusan de los ciudadanos. Es la punta de lanza criminal de una violencia estructural relacionada con oprobiosas desigualdades sociales y estructuras de discriminación: racismo, aporofobia, xenofobia, arribismo, sexismo. Estructuras que nutren el odio con el miedo, frutos servidos en los banquetes del autoritarismo, el despotismo y la arbitrariedad. Esta semana, sin embargo, Ángel Zúñiga, un policía de Cali, nos ha dado a todos una valiosa lección de humanidad y de justicia. Sus intuiciones morales, su sentido de lo razonable, de la decencia y de la justicia, lo llevaron a rebelarse contra una orden que consideró moralmente objetable. Llevo casi veinte años estudiando, escribiendo y dando clases sobre teorías de justicia. Mucho tiempo he estado discutiendo y comparando, con colegas y estudiantes, las diferentes respuestas a las preguntas acerca de qué es una sociedad justa y cómo deberían distribuirse los deberes y los derechos de la cooperación social. No obstante, las mejores lecciones sobre la justicia están por fuera de las aulas de clase y de las páginas de las publicaciones académicas. Esas páginas son escritas todos los días por personas buenas y valientes que son capaces de poner en riesgo su propio bienestar personal por anteponer sus compromisos morales. Esas visiones empobrecidas de la conducta humana según las cuales las personas solo actúan en función de incentivos positivos (premios) o negativos (sanciones), han hecho más daño que bien en las ciencias sociales y en las recomendaciones de política pública basadas -exclusivamente- en ese tipo de análisis. Las personas somos diversas y nuestras motivaciones también lo son. La búsqueda egoísta del bienestar o la ventaja individual no explica todo lo que las personas hacen. La faceta de agencia, es decir, la del compromiso moral -más que la faceta del bienestar- es la que explica la honorable conducta del patrullero Ángel Zúñiga. Al tener que decidir entre hacer cumplir una orden judicial derribando los cultivos y las improvisadas habitaciones de familias campesinas acorraladas por la pobreza, sin ninguna alternativa de reubicación ni de reposición de sus magros medios de vida, en medio de una dura cuarentena, o negarse a cumplir la orden que le dieron sus superiores, Ángel Zúñiga optó por su compromiso moral asumiendo el riesgo de ser sancionado e incluso, de perder su empleo en una institución a la que ingresó, según sus propias palabras, para proteger a los ciudadanos, “no para ser abusivo con ellos”. A diferencia de Adolf Eichmann, el criminal nazi que organizó con rigor burocrático el envío de millones de judíos a los campos de concentración y quien, según Hannah Arendt, obedeció la ley y cumplió las órdenes que recibió despojándose de la capacidad de pensar por sí mismo, Ángel Zúñiga antepuso esa capacidad al cumplimiento automático de una orden judicial injusta. Se que la comparación puede ser extrema. Sin embargo, en filosofía política el uso de ejemplos extremos ayuda, muchas veces, a ilustrar los argumentos y a someter los principios y las conductas al laboratorio mental de nuestras intuiciones morales. Aplicar la ley arrojando a familias pobres a la calle, arrebatándoles sus medios básicos de supervivencia y sin ofrecerles alguna opción de refugio y alimentación en medio de una emergencia sanitaria, no merece congratulación alguna. Quienes cómodamente desde los micrófonos dicen que la ley es la ley y que Ángel debe ser sancionado, tienen mucho que aprender acerca de la justicia. Gran lección de sensibilidad moral la que recibimos de Ángel: escuchémosla.
Publicada en LA PATRIA de Manizales.
Fecha de publicación: Viernes, Junio 12, 2020
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